Por Camila Mezzorana
¿Es tan evidente que la frías estadísticas que nos muestran la morbosa e inefable realidad que viven las mujeres a diario en nuestro país (maltratos, castraciones, ultrajes, estereotipos) son el resultado de una sociedad enferma que viaja sin rumbo, sin valores, sin esperanza, sin futuro?
Quedarse con esta simple visión de las cosas sería ver solo una parte de la realidad, ya que si tomamos los 151 casos de femicidio en los primeros seis meses del 2011 sin profundizar particularmente en cada historia, podríamos recaer en lugares comunes.
¿Es el huevo o la gallina? En el 60% de los casos de femicidio, las mujeres fueron atacadas más de una vez por sus parejas o ex parejas. Esos hombres y esas mujeres, en algún momento fueron niños, criados por otros hombres y mujeres que a su vez fueron niños. El circulo vicioso se retroalimenta del mensaje televisivo, de las publicidades donde la mujer tiene que ser perfecta y sumisa y el hombre exitoso sin poder mostrar lo que siente, lo que con el correr del tiempo ahoga y su única forma de salir al exterior es a través de la violencia, donde lo liviano, lo superfluo, están por encima de los valores, del amor, del compromiso.
A lo largo de la historia las mujeres fuimos sometidas y sistemáticamente castradas física y mentalmente, y colocadas siempre fuera de los espacios de poder de la sociedad.
A partir de la toma de conciencia, deberíamos empezar a mirarnos hacia adentro, como hijas, como parejas, como madres; en definitiva como mujeres que estamos en igualdad de condiciones, que amamos, que gozamos, que sufrimos, que somos nosotras.
Y desde ese lugar en el que somos nosotras mismas, claras, verdaderas, con valores, es más difícil que ocurran femicidios. Porque es desde donde vamos a vivir nuestra propia vida.
Autora: Camila Mezzorana (3° Media)