Erase una vez un campo donde ni siquiera las poderosas tormentas conocen sus límites y donde hay un silencio que tan profundo que ni el silencio sabe que existe. En este campo reina un ave de plástico que la humanidad desechó. Y de todos los malos talentos del mundo, ella es la que no deja que los vientos silben y que los cultivos bailen, ni que los insectos y animales entonen su música preferida y hagan fogatas y cuenten anécdotas.
Un día apareció un hombre viejo con una barba larga. No era ni bueno ni malo. Este hombre con su barba, interpretaba canciones de arpa que despejaban hasta los cielos más negros, haciendo aparecer las galaxias que nadie en este mundo conoce. Ni bien empezó a tocar una melodía, se escuchó un ruido débil y gracioso. Era un grillo que venía a avisarle que el ave de plástico había prohibido la música por envidia, ya que no podía cantar.
El viejo, preocupado, se acostó a dormir en el campo mudo. Al rato despertó con una idea; organizar un sindicato de música para enfrentar al ave de plástico. Comenzó hablando con todas los bichos y las plantas:
- El sindicato estará hecho de toda la música que todo ser vivo pueda hacer...
Así, de a poco, convenció a todos para que lo ayudaran a construir una pequeña choza que sería la sede del flamante sindicato.
Y en eso estaban cuando del cielo descendió el ave de plástico, emitiendo un sonido tan aterrador que las estrellas del cielo corrieron a esconderse atrás de las nubes. El hombre le pidió que sacara la prohibición de la música. Entonces el ave pegó otro grito tan fuerte que arrancó los árboles de raíz. pero el sindicato seguía intacto. En ese momento, el viejo interpretó La Flauta Mágica de Mozart y restauró los árboles en su lugar. Luego entonó las más mágicas notas jamás oídas y el ave de plástico se transformó en un zorzal, que canta de tarde, de noche y de mañana, para toda la vida.
Autor: Tomás González (3° Media -2012-)
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