Un día el buen Ramiro, buscando territorio para su rebaño, encontró una humilde chacrita llena de pastizales. Al ver el terreno abandonado y lleno de malas hierbas, Ramiro decide instalarse. Con el paso del tiempo, el pastorcito y su rebaño transformaron ese feo páramo lleno de malas hierbas, en un paraíso con flores y árboles repletos de frutas.
Hasta que un día, entre las nubes de tormenta y montado en un relámpago, apareció el Brujo Anacleto, gran propietario de tierras, amo y señor del negocio de las malas hierbas.
- Buen día buen pastor- dijo el Brujo - Vengo a comprarle su chacrita. Le ofrezco a cambio, un potro alado, con el que podrá galopar entre las nubes del cielo ¿qué le parece?
- Muchas gracias Señor Brujo, pero prefiero tener los pies sobre la tierra-
- Muy bien -insistió el Brujo- entonces le daré el mejor carruaje del pueblo ¿Qué tal?
- Le agradezco la oferta Don Anacleto, pero la tierra no se vende-
- ¿Ha no? -dijo el brujo con fastidio- ¿Y por qué motivo, se se puede saber?
- Porque la tierra no tiene dueño - Contestó el pastorcito.
- ¡¿Cómo dijo?! -exclamó el Brujo con una sonrisa siniestra- ¿Usted no es el dueño? Pero entonces... ¡Usted es un usurpador!
- Usted no entiende -intentó explicarse Ramiro-, el lugar estaba abandonado...
- ¡No importa! -grito Anacleto- Váyase ahora mismo o se arrepentirá -lo amenazó-
A lo que el pastorcito respondió: - ¿Y usted quién es para venir a hecharnos?
Entonces el Brujo Anacleto retrocedió unos pasos y apuntándolo con el dedo le dijo: - Te arrepentirás por este atrevimiento; te lanzaré un hechizo del que no podrás escapar- Y montando su relámpago desapareció entre las nubes negras de tormenta.
Para la mañana siguiente, el rebaño se había transformado en ratas, la cosecha en malas hierbas y el pastorcito en sapo. Sin saber que hacer, Ramiro se sentó a pensar un rato. En eso estaba cuando desde el campito de al lado se escuchó un lamento extraño. Ramiro se fue a los saltos a ver de que se trataba y resultó que era otro pastor víctima del brujo, convertido en lagartija. Al rato se encontraron con una vivorita, una ranita y hasta un grillito, todos víctimas de las brujerías de Don Anacleto. Entonces las familias de estos pastores comenzaron a rezar a los buenos espíritus de la tierra para espantar los maleficios de los campos, mientras sembraban de a poquito nuevas plantas de flores y frutos.
Pero Ramiro sabía que ni bien los campos se cubrieran de flores, el brujo volvería a las andadas. Por eso les propuso a los demás enfrentar al brujo en su guarida, situada en medio del monte del terror. Al llegar, los pastorcitos encuentran al brujo muy ocupado en una nueva pócima para hacer crecer las malas hierbas. Y mientras estaba distraído revolviendo su puchero misterioso, los pastorcitos se metieron bajo su túnica sin que los viera, aprovechando el hechizo que los convirtió en bichos chiquitos. Entonces le ataron los cordones de las zapatillas. Y cuando Anacleto quiso caminar, se tropezó con un portal mágico que había quedado abierto, que lo convirtió en una vaquita de San Antonio. Así, el hechizo se deshizo y los campos, los rebaños y los pastores recobraron su apariencia y su alegría.
Autor: Martín Van Autenboer (2° Media -2012-)
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